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Nada de Regreso

  • Foto del escritor: Marian García Tapia
    Marian García Tapia
  • 28 abr
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 12 may

Por: Marian García Tapia 

Caminaba por el sector 34-D cuando recibió un mensaje, la conexión se había reestablecido. No sabía cuándo pero el tono de alerta hizo que lo notara, -Todo mal- decía el mensaje con una voz de mujer que reconoció al instante. Se apresuró falsamente porque tardaría ocho horas exactas para llegar al sector 51 de la zona A. En el camino leyó un libro sobre la Guerra Civil que no logró terminar, el viaje siempre le hacía reflexionar sobre las idas y las vueltas, el pasado destruyendo al futuro y el futuro construyéndose como una melancolía inventada. No estaba alterado y aún así tenía muchas ganas de fumar un cigarro; la sensación se fue al recordar que tenía tres años de ser prohibido por la administración sectorial de sanidad.

Llegó sin demora, abrió la puerta de cristal con la tarjeta electrónica que guardaba en su cartera mientras dictaba un mensaje –que ya he llegado-. Saludó al perro que lo reconoció de inmediato y entraron a su habitación. Acomodó la ropa y tiró las cenizas olvidadas en el cenicero por el hueco de la pared, buscó un libro que recordó haber dejado, pero no encontró ninguno. Cuando terminó de desempacar, salió a buscar comida en un lugar próximo que solía visitar, el local tenía un cartel viejo que decía “traspaso a la Zona B”, dio la vuelta y regresó.

Ella estaba al pie de la escalera, su piel más gris de lo común hacía resaltar la delgadez desgarbada de su cuerpo, «¿No recibiste el mensaje?», él no respondió, «Por aquí ya no hay nada, no hay nada que te haga regresar». Ella caminó hacia la sala, le puso la cadena al perro y salió.

La esperó sentado en el sillón azul y blanco que desentonaba con el resto, mirando hacia las escaleras cubiertas por el sol que entraba desde los ventanales, pensó en el horror vacui que lo había seguido hasta el refugio donde alguna vez se había escondido de él. La Nada lo había alcanzado. 

Rien, Res, Ezer, Nothing, Nic, Nichts, Niente, 

아무것도 아님, Nenio

Dos horas después se escuchó la puerta, era ella con el perro muerto en brazos, lo dejó en el suelo mientras dijo al aire, «definitivamente ya no hay nada».




DIA 36 MES 76

Roberto tomaba café con su asistente cerca del sector 4-B cuando su hija mayor se conectó preguntando por su hermana. - No llegó a la meditación y Dhalma no ha podido contactarla- le dijo con voz entrecortada. - No te preocupes, salgo para allá- respondió Roberto intentando mantener la calma. Pidió la cuenta, dejó su firma en el checking e instrucciones precisas a su asistente. Antes, toda la familia había sufrido distintas amenazas fundadas por la  supuesta corrupción que había cometido el grupo de ingenieros que encabezaba Roberto, un desfalco de mucho dinero y muchos favores pagados con impuestos públicos hicieron que la fiscalía cibernética investigara a Roberto y su despacho, mientras que la cruel pero justa voz popular había dejado muy claro que cualquier irregularidad violenta contra los familiares de los investigados solo era un ajuste de cuentas reglamentado. 

Salió a toda prisa y tomó la autopista Solar que, según el GPS, estaba congestionada totalmente, pero no tenía otra opción. Años atrás, el equipo de Roberto había cerrado cualquier otra salida, dejando no-lugares a las orillas de la gran obra y solo una autopista que conectaba  la nueva ciudad satélite a la gran metrópoli. Aquello parecía un estacionamiento gigante que tenía distintas entradas,  podía pasar años ahí y nadie se enteraría, empezar una nueva vida, enemistarse con el del deportivo rojo, planear una revuelta o enamorarse de la muchacha del Dauphine, pero no, tenía que llegar lo antes posible, su hija lo esperaba y no había salida. 


Foto de Bamidele Olamilekan

No podía dejar de pensar en cosas terribles que le estuvieran pasando a su hija menor, se volvía loco a cada movimiento de reloj. Un mensaje lo volvió a la realidad frente al volante << ¿La encontraste?>> resonó la voz de su hija mayor en su cabeza como un taladro industrial. No supo qué contestar, estaba desesperado y él no había ido a ningún lado, estaba atorado sin posibilidad alguna de actuar. De pronto, se movió el tráfico menos de un metro y sin pensarlo, Roberto apretó el acelerador manual a su máxima potencia. Se estrelló contra el coche de enfrente y el de enfrente contra el de enfrente y así, tres autos sufrieron el impacto.

Aturdido y destrozado salió y se tiró al suelo, tenía un fuerte dolor en la espalda y le sangraba la frente, se escuchaban las sirenas de peligro que llamaban automáticamente a la policía y ambulancias. Pensó en salir corriendo a buscar a su hija mientras se revisaba las piernas con las manos, pero en realidad no tenía idea donde estaba su hija menor, sus pensamientos se habían centrado en salir de la carretera y llegar al sector 2-A con su hija mayor, que al menos una estuviera a salvo. Las personas de los otros coches intentaron ayudarlo, pero él no respondía nada, el gran embotellamiento no permitía la entrada de las patrullas y los paramédicos habían mandado drones de emergencia que Roberto espantaba agitando los brazos. Soy un inútil, se decía a sí mismo.


Escuchó una voz familiar un tanto inaudible, su implante amplificador se había desprendido de su oído por el choque; - ¿Papá?, ¿estás bien? -, era la voz de Rania, su hija menor. Roberto pensó que lo estaba imaginando y gritó, -Perdóname hija, no pude protegerte, no pude detener la inminente barbarie que yo mismo construí, este mundo da asco y yo soy su cómplice-. Levantó la mirada entre sollozos y ojos vidriosos y la vio, hermosa y pálida. No estaba alucinando, Rania estaba en el embotellamiento también: - ¡Hija!, ¡hijita!, te hemos buscado como locos, ¿dónde estabas, por qué no contestas? -.// -Mi coche fue uno de los afectados por el choque papá, pero estamos bien-, dijo Rania y volteó la mirada hacia un joven robusto de mediana edad que tenía una sonrisa nerviosa, era el novio de Marcela, la hija mayor de Roberto.

Cuando se dio cuenta de lo que ocurría, Roberto retomó la calma, miró con desprecio al joven robusto de mediana edad que días antes había cenado con la familia, festejando el nuevo empleo de Marcela. ¿Cuánto tiempo estuvo engañando a mi hija mayor?, se preguntó Roberto, ¿Cómo pudo Rania prestarse a tan vil bajeza?, todo es un engaño, un inevitable caos sin posibilidad de estructurarse: La vejez me quitó el buen ojo, cada vez soy más ciego, más sordo, más inservible. Se enjugó las lágrimas, se limpió el polvo  y le dijo a Rania que lo miraba apenada, -Llama a tu hermana, está preocupada-.


Día 37 Mes 77: Se encuentra el cuerpo de un hombre de mediana edad, con signos de tortura en la autopista Solar, en el kilómetro veintiséis y medio. Hasta ahora no se ha podido identificar su identidad, fue despojado de cualquier forma de reconocimiento, los análisis siguen en el laboratorio. Seguiremos informando.





Feliz Cumpleaños

Atsumi es una mujer bonita que le gusta estudiar música.

Atsumi es una mujer contenta que le sonríe a las fotos que la presentan a la sociedad.

Atsumi era triste cuando yo la encontré, en un bar del sector 45-A.

Me contó las penas de cualquier otro roto corazón y me sentí identificada.

 

Los festejos por cumpleaños estaban prohibidos desde la administración anterior. Era una medida que destruía la individualidad que tanto nos había costado rescatar. Los más ancianos recordaban el día exacto de su nacimiento y festejaban con entusiasmo clandestino a los pequeños más queridos. Una de ellas era Atsumi.

Con una panza más que gorda, preparaba la habitación antibombas para recibir a sus invitados, Alfonso la ayudaba; la pareja ideal no se metía en problemas el resto del año, sólo arriesgaba la idealidad por el cumpleaños de Atsumi. Este era más que especial, con un nacido por venir, lo recordarían todas sus vidas.

Los invitados comenzaron a llegar desde las siete de la mañana, no podían llegar juntos, sino los vecinos podrían verlos y avisar a la policía del festejo. Cuando dieron las cuatro de la tarde todos estaban ahí y la policía los miraba desde lejos. Entraron armados a deshacer la tertulia que tenían frente a sus ojos: cinco personas además de Atsumi y Alfonso, comían en la sala del refugio que era más grande de lo permitido para su posición social. Habiendo visto todo y sin la menor duda, abrieron fuego.

La panza de Atsumi quedó destruida entre las manos de Alfonso que intentó protegerla, sus vidas no bastaron para salvar la vida del no nato.




 



Foto de: Roman Ska


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